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Orden Hospitalaria de San Juan de Dios recibió el Premio Princesa de Asturias de la Concordia 2015

Orden Hospitalaria de San Juan de Dios recibió el Premio Princesa de Asturias de la Concordia 2015 en el Teatro Campoamor el pasado 23 de octubre en una solemne ceremonia presidida por SS.MM. los Reyes, en la que también se entregaron los otros Premios Princesa de Asturias 2015 a destacadas personalidades.

El Superior General de la Orden Hospitalaria, el Hno. Jesús Etayo, recibió el premio acompañado por cinco representantes de la Familia Hospitalaria: el Hno. Pascal Ahodegnon (Cuarto Consejero General de la Orden), Marina Aliva (alumna del Colegio de Educación Especial del Centro Sanatorio Marítimo de Gijón), su madre María Ángeles Blanco, la médico María Isabel Herrero (Residencia San Juan de Dios de Sevilla) y Guillermo Vázquez (médico y voluntario internacional de Juan Ciudad ONGD en África y asesor de la Orden en la epidemia del Ébola).

En esa tarea, la Orden Hospitalaria es ejemplar. Los Hospitalarios, que conocen muy de cerca el dolor humano, desempeñan una labor abnegada, pero inherente a su razón de ser, a su fe, a su sentido del deber. Por eso, además, su ejemplo sublime de compasión y caridad, de generosidad y alegría, es una llamada de alerta constante para todos nosotros.
En su discurso S.M. el Rey destacó sobre la Orden Hospitalaria que: “El Premio de la Concordia concedido a la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios me recuerda las palabras que dediqué el año pasado en este escenario a todas las personas que, sobre todo en África, luchan con entrega, generosidad y profesionalidad contra la pobreza y las enfermedades, como el ébola. En particular, a tantos cooperantes, voluntarios y religiosos españoles que trabajan —que se entregan— por todo el mundo, para aliviar el sufrimiento de los más desfavorecidos. Unas palabras que quiero repetir ahora: todos ellos son, todos vosotros sois, un verdadero orgullo para España.

Cuando con su obra dan testimonio de vida verdadera, sabemos que sin su entrega, sin su misericordia, todos estaríamos un poco más solos, un poco más desprotegidos. Les damos las gracias desde el fondo de nuestros corazones por esa labor humilde y grande al mismo tiempo; se las damos por su amor, que nos permite oír —incluso en medio del griterío ensordecedor o de ese silencio, a menudo, por desgracia, cómplice y culpable— las voces de la gratitud y del consuelo”.